Dedicado todos los que tengan hijos:
«Platica entre Jason y Juan Marcos correspondiente al libro Caballo de Troya 3, donde Juan Marcos relata a Jason la charla secreta que mantuvo con Jesus durante la vispera del Miercoles 5 de abril del año 30.»
( Relato de Juan Marcos hacia Jason):- Paseamos, sin rumbo fijo y yo, aproveché la ocasión para confesarle mi tristeza y desilusión por no haber podido acompañarle en aquellos años de predicación. El Maestro –prosiguó Juan Marcos, entusiasmándose con los recuerdos- me recomendó que no me desalentase por los sucesos que estaban a punto de producirse. Y me profetizó algo.
Sus ojos brillaron de felicidad.
-Dijo que llegaría a vivir lo suficiente como para ser un «poderoso mensajero del reino».
-¿De qué te habló?
-Sobre todo, de su niñez en Nazaret. Sus padres eran más pobres que los míos.
El muchacho desvió la conversación, centrándose en el punto que, lógicamente, iluminaba e iluminaría para siempre su corazón.
-…Cuando le pregunté cómo llegar a ser un «poderoso mensajero del reino», el rabí manifestó lo siguiente: «Sé que serás fiel al evangelio del reino porque conozco tu fe y amor, enraizados en ti gracias a tus padres. Eres el fruto de un hogar en el que el amor está presente, aunque, por fortuna para ti, tus progenitores no han exaltado en exceso tu propia importancia. Su amor no ha distorcionado tu corazón. Disfrutas del amor paterno, que asegura una laudable confianza en uno mismo, fomentando los normales sentimientos de seguridad. También has sido afortunado porque, además del afecto que se profesan mutuamente, tus padres han sabido actuar con inteligencia y sabiduría. Ha sido esa sabiduría la que los ha llevado a ser inflexibles con tus caprichos y debilidades, respetando a un tiempo tu personalidad y tus propias experiencias. Tú, con tu amigo Amos, me buscaste en el Jordán. Ambos deseaban venir conmigo. Al regresar a Jerusalén, tus padres consintieron. Los de Amos se negaron. Aman tanto a su hijo que le negaron la bendita experiencia que tú estás viviendo. Escapándose de casa, Amos pudo haberse unido a nosotros. Pero esa actuación hubiera herido el amor y sacrificado la lealtad. Los padres sabios, como los tuyos, procuran que sus hijos no se vean forzados a herir ese amor o ahogar la lealtad, permitiéndoles, cuando llegan a tu edad, que desarrollen su independencia y que, gradualmente, vayan saboreando su libertad. No existe nada más desprendido y justo que el verdadero amor. El amor, Juan Marcos, es la suprema realidad, cuando es otorgado, con sabiduría. Pero los padres mortales, lamentablemente, lo convierten en un rasgo peligroso y egoísta. Cuando te cases y tengas tus propios hijos, asegúrate de que tu amor esté siempre aconsejado por la sabiduría y guiado por la inteligencia».
«Tu joven amigo Amos cree en este evangelio del reino tanto como tú, pero no puedo confiar plenamente en él. No estoy seguro de que lo hará en los años venideros. Su infancia no ha sido la adecuada. Él es igual a uno de mis discípulos, que tampoco tuvo una educación basada en el amor y la sabiduría. Tú, en cambio, serás un hombre digno de confianza, porque tus primeros ocho años transcurrieron en un hogar normal y bien regulado. Posees un fuerte y bien tejido carácter porque creciste en una casa en la que prevalece el amor y reina la cordura. Tal educación conduce a un tipo de lealtad que me inclina a creer que terminarás lo que has empezado.»
El resto de aquel miércoles -según el benjamín- fue de lo más apacible. El rabí de galilea siguió hablándole de la vida familiar, explicándole algo que los psicólogos conocen bien. «La vida de un niño será fácil o difícil, feliz o infeliz, de acuerdo con lo que haya tocado en su hogar a lo largo de esos cruciales primeros años de su existencia». Aunque no he tenido hijos, intuyo que el maestro tenía razón y que sus apreciaciones son tan válidas entonces como ahora. «En nuestro mundo», a pesar de sus comodidades y de la mayor información de los padres en general, los hogares dejan mucho que desear. Salvo, excepciones, el amor se agosta bajo el peso del egoísmo, de las prisas y de una civilización que no puede, no sabe o no desea valorar la belleza y la trascendencia de los niños. Ciertamente, las familias disfrutan hoy de una libertad como jamás la hubo. Esa libertad, sin embargo, no obedece ni está generada por el amor. No la motiva la lealtad ni la dirige la inteligente disciplina de la sabiduría.
«Mientras los padres sigan enseñando a rezar el “padre nuestro” –le aseguró Cristo a su joven acompañante-, sobre ellos caerá la tremenda responsabilidad de ordenar sus hogares de forma que esa palabra (padre) encierre y signifique un auténtico valor en las mentes y en los corazones de sus hijos.»